CAOS
A menudo, cuando aparecen conductas impulsivas (consumo, gasto, comida, sexo, trabajo) se busca aliviar de manera inmediata un vacío. Lo que desde fuera se percibe como falta de control suele ser un intento desesperado de autorregulación.
La impulsividad y la desregulación emocional se entienden como respuestas adaptativas que, en algún momento, ayudaron a sobrevivir. Muchas personas aprendieron a calmar la angustia a través de la acción. Con el tiempo, esa estrategia se adueña de la voluntad de la persona y sustituye la capacidad de sentir y pensar.
El consumo o las conductas de riesgo funcionan entonces como atajos hacia una sensación momentánea de alivio o desconexión. Pero tras ese alivio suele aparecer la culpa o la vergüenza, lo que reactiva el mismo ciclo. En el fondo, el problema no es la impulsividad en sí, sino la dificultad para transitar la emoción sin tener que anestesiarla.
El trabajo terapéutico se centra en reconstruir esa capacidad, poner nombre a lo que ocurre y aprender formas más seguras de regular el malestar. No se trata de reprimir el impulso, sino de poder sostenerlo sin actuarlo de manera dañina.
AUTOLESIONES
Las autolesiones no son, en la mayoría de los casos, un intento de acabar con la propia vida. Suelen aparecer cuando la persona no encuentra otra forma de manejar una intensidad emocional que le desborda. El dolor físico se convierte, por un momento, en una vía de descarga o de control frente a un sufrimiento que no puede expresarse ni compartirse.
Desde una mirada integradora, las conductas autolesivas se comprenden como estrategias de autorregulación que se desarrollaron ante la falta de recursos emocionales o de acompañamiento suficiente. En su origen, no son actos irracionales, sino formas extremas de intentar recuperar una sensación de alivio, de presencia o de existencia.
Las personas que se autolesionan suelen experimentar una mezcla de vergüenza, culpa y necesidad. Quieren dejar de hacerlo, pero temen no poder sostener lo que aparece si lo hacen. Por eso, la intervención no debe centrarse únicamente en eliminar la conducta, sino en comprender qué función cumple y qué emoción está tratando de regular.
El trabajo terapéutico busca construir un espacio donde el dolor pueda ponerse en palabras y donde la persona aprenda a reconocer las señales previas al acto. Se trabaja en ampliar los recursos internos para que la autolesión pierda su fuerza como herramienta de afrontamiento.


VACÍO
El vacío puede experimentarse como una sensación de desconexión interna desagradable que puede aparecer de manera intermitente o prolongada, especialmente en momentos de soledad o quietud.
Para llenar el vacío, es común recurrir a la actividad frenética, relaciones, consumo o exigencia personal elevada entre otros. Sin embargo, esas soluciones suelen amplificar la desconexión, porque no abordan la raíz del malestar. Lo que el vacío necesita no es más estímulo, sino presencia.
En terapia, el trabajo pasa por recuperar el vínculo con la propia experiencia interna, comprendiendo y habitando el vacío en lugar de intentar taparlo.







